érase una vez
Yo vi, una vez, un rayo de sol
Ancrugon – Mayo 2011 –
Todos
heredamos el mundo que nos dejan nuestros mayores, con sus virtudes y
sus defectos, y nosotros lo dejaremos de herencia a quienes nos sucedan…
Es ley de vida. Por ello es importante saber respetar lo que nos ceden y
mejorar lo mejorable y no estropear lo que es bueno… ¡Qué difícil!...
En
el transcurso de la historia de la humanidad se han hecho grandes
avances y se han descubierto o inventado cosas increíbles hasta hace
poco tiempo.
La ciencia nos ayuda a comprender la naturaleza de la cual, no nos
olvidemos, formamos parte, y la tecnología nos permite transformarla a
nuestra conveniencia… Pero estas herramientas que la
inteligencia humana ha creado deben ir acompañadas de una evolución
moral y ética en las conciencias de las personas, de lo contrario, el
mundo que tenemos en nuestras manos llegará a ser un lugar
desagradable y esquivo para la vida.
Este
es el tema del cuento que ahora os presentamos, el cual fue escrito
para los alumnos de tercero de ESO del Instituto de Jérica – Viver
(Castellón
– España). Se presentó en una charla coloquio en el mismo centro el 15
de abril de 2011 y durante ella se llevó a cabo una representación
dramática basada en el mismo.
YO VI, UNA VEZ, UN RAYO DE SOL, de Ancrugon
Todos
los días la misma rutina. La misma voz dulce que te despierta: “Ya es
la hora, cariño. Debes levantarte”... es la más
sugerente que has encontrado en el distribuidor, aunque tus amigas
bromeen por el hecho de que hayas elegido la de una mujer y no la de un
hombre... Pero tú lo tienes muy claro... Luego llegas hasta
el baño: el agua ya caliente, a la temperatura adecuada para cada
momento, la música envolvente, como el aire tibio del secador.
Seguidamente pasas al vestidor: una rápida mirada por el catálogo,
rozas la imagen elegida y aparece la ropa deseada, siempre diferente,
ceñida y sugerente, de suave tacto, con colores fuertes y brillantes...
como toda la que viste todo el mundo. Más tarde te
acercas a la cocina donde te espera un reconfortante desayuno preparado
por una de las mejores empresas alimenticias del planeta: humeante,
desprendiendo aromas deliciosos con la propiedad innata de
abrir el apetito... sabroso y repleto de energía, aunque te molesta no
saber de qué esta hecho realmente... Mientras tanto, en una pantalla
holográfica van apareciendo las noticias del día: todo va
bien... ¿Acaso lo dudabas?... Sales de tu piso despedida amablemente por
la misma voz que te ha despertado: “Que tengas un feliz día.” Te
acercas al ascensor donde te encuentras con tus vecinos.
“Buenos días”. Los rostros de siempre: inexpresivos, indiferentes,
lejanos... El silencio de todos los días... ¿De qué vais a hablar?...
En
la calle la luz es tenue, como corresponde a la hora, luego se vuelve
más intensa y por la tarde se va apagando hasta que
llega la oscuridad, sólo en la cúpula, claro, porque en las noches,
millones de luces multicolores de millones de carteles, anuncios,
pantallas gigantes, etc. destruyen por completo las posibles
tinieblas. Pero ahora, como todas las mañanas, es una luz de amanecer,
blanda y fresca, aunque la temperatura nunca oscila más allá de una
diferencia de cinco grados entre la más baja y la más alta.
Miras hacia arriba, siempre lo haces, aunque sabes que no verás nada,
sólo luz y las fachadas de los enormes edificios como gigantescos
espejos. Por la calzada se adivinan miles de vehículos, más por
el zumbido constante que por las escurridizas estelas de sus figuras y
colores... Para cruzar están los pasos, subterráneos o aéreos, por donde
un río interminable de personas como mariposas de
vistosos colores, pululan de un lado para otro. Los anuncios
interactivos te invitan, cuando pasas ante ellos, a obtener, por un
módico precio, los maravillosos manjares de lo último en informática,
en juegos, en ropa, en perfumes... todo aderezado por una música
sugerente y unas imágenes atrayentes, donde todo es felicidad y alegría,
lo cual contrasta con la seriedad en los rostros,
concentrados en sus propios pensamientos, indiferentes a todo lo que les
rodea, porque , a fin de cuentas, siempre todo es igual.
Tras
unos pocos segundos de espera en el andén del tren proyectil propulsado
por energía iónica, lo que en otros tiempos fue
conocido como las “bombas de vacío”, te acomodas en el confortable
compartimento que le llevará al trabajo. Total un viaje de cinco minutos
para recorrer una distancia de veinte kilómetros. La puerta
del vagón se abre justo en la misma entrada del colegio donde ejerces
como profesora de una asignatura sin mucho futuro, lo cual unas veces te
llena de desasosiego, pero otras, cada vez con más
frecuencia, te hace sentir una especie de libertad que te produce una
sonrisa.
En
el interior del edificio te esperan los eternos pasillos repletos de
cientos de adolescentes clónicos, previsibles y
ruidosos, todos con sus ordenadores personales, tipo alfombrilla,
enrollados dentro de la pequeña mochila en forma de tubo, colgando del
cinturón-receptor de ondas electromagnéticas capaces de
propagarse por el vacío del espacio y de conducir tanto la información
como la energía necesaria. De vez en cuando, una pareja de vigilancia
cyborg patrulla entre ellos, indiferente a cualquier
atisbo de sentimiento, atenta a cualquier pequeño desorden o en busca de
algún material no permitido, como medida dictada por las altas esferas
políticas para imponer el respeto y los buenos modales
entre la gente estudiantil, lo cual, naturalmente, provoca el efecto
contrario, y las bromas y las burlas crean una nube de risas sobre las
cabezas rapadas aderezadas de purpurina que los guardianes
del orden, perfectamente programados, prefieren ignorar.
Cuando
llegas ante la puerta de tu clase, te detienes frente al escáner ocular
que lee tu identidad correcta y ordena
abrirse a la cerradura de seguridad. De nuevo una voz amable te recibe
dentro de una habitación adecuadamente iluminada y con la temperatura
exacta: “Buenos días, señora profesora”. No te molestas en
responder al ordenador central, él no va a enfadarse... Te diriges a tu
asiento ergonómico, desde donde presides cuatro filas de seis sillones
cada una, no mucho menos sofisticados aunque menos
imponentes, pues hay que guardar las distancias y la posición... Una
melodía de moda informa a los estudiantes que es la hora de comenzar las
clases. y oleadas de voces y risas inundan el aula antes
silenciosa. Tú ordenas con pretendida seguridad: “Por favor, guardemos
silencio y ocupemos nuestros lugares.”
Mientras
los alumnos se van haciendo a la idea, tú miras alrededor y observas
las imágenes tantas veces soñadas que cuelgan
de las paredes: bosques, montañas nevadas, verdes prados adornados de
flores, ríos cristalinos, mares bravos y espumosos, animales de todas
las especies pululando por doquier, grandes y pequeños,
pacíficos o terribles... y todo coronado por un cielo de un azul
imposible moteado, de vez en cuando, de nubes blancas o grises e inflado
de vida por la luz de un sol que se supone su existencia,
pero que nadie hace siglos ve. Sin poder evitarlo, se te escapa un
suspiro...
“Abrid
el archivo 2435.” Todos despliegan sus ordenadores sobre los pupitres y
ante ellos aparece la fotografía de una rosa
de un rojo sanguíneo envuelta en la frescura de gotas de rocío. “Eso era
una rosa...- Dices con voz trémula que intenta ser neutra.- Era un tipo
de flor. Es decir, uno de los órganos sexuales de los
vegetales. Ya sabéis, una especie autótrofa, lo que quiere decir que, a
diferencia de los seres humanos y otros animales que por aquellos
tiempos existían, se producía su propio alimento...” Y en ese
instante oyes risas ahogadas entre tus alumnos. “¿Qué ocurre?”-
Preguntas. Al principio nadie responde, pero una red de miradas burlonas
cubre la estancia. Te pones en pie y te colocas frente a tu
mesa mirándoles de manera que pretende ser inquisidora, pero que en el
fondo la sabes de desesperación. En ese momento el alumno más osado, el
cual, estás segura, que no coincide con el más
inteligente, sino con el que menos vergüenza tiene, pregunta. “¿Para qué
nos va a servir todas estas chorradas?” Ahogas un grito, porque quieres
gritar, pero no debes... tienes que guardar la
compostura, tienes que disimular. “Querido, - respondes –esta asignatura
es Ciencia de la Antigüedad y en ella estudiamos todo aquello que
existía en la naturaleza y que no debemos olvidar por si
alguna vez volvemos a encontrarlo.” Ahora las risas son declaradas y
generales. “¿Pero quién se va a creer esas tonterías de animales y
plantas, bosques y montañas?...”- El chaval se crece al ser el
centro de atención. – “Todo el mundo sabe que esas cosas no han existido
nunca, son simple producto de la fantasía...” Algo que va creciendo te
corroe las entrañas. Y se escucha una voz femenina con
la seguridad de quien se sabe admirada de antemano: “¿Por qué no le
llaman Mitología?, ¿No es esa la asignatura donde se estudian los
cuentos del pasado?” Una salva de aplausos apoyan la propuesta.
Te callas y miras hacia uno de los dibujos que representa un bonito
paisaje idílico en el ocaso y, al final, dices, más para ti que para
ellos: “Yo vi, una vez, un rayo de sol.” ... Y la clase al
completo estalla en una carcajada general.
En
aquel preciso momento, en el mayor de los secretos, varias naves
espaciales despegan desde la cúpula uniforme que
envuelve el planeta, con la orden gubernamental de buscar
desesperadamente otros mundos donde la vida sea algo espontáneo, sólo
manipulada por la luz de una cálida estrella y acariciada por el viento
natural bajo un cielo azul.
Castellnovo febrero 2011