martes, 14 de mayo de 2013


érase una vez 
Yo vi, una vez, un rayo de sol
Ancrugon – Mayo 2011 –


Todos heredamos el mundo que nos dejan nuestros mayores, con sus virtudes y sus defectos, y nosotros lo dejaremos de herencia a quienes nos sucedan… Es ley de vida. Por ello es importante saber respetar lo que nos ceden y mejorar lo mejorable y no estropear lo que es bueno… ¡Qué difícil!...



En el transcurso de la historia de la humanidad se han hecho grandes avances y se han descubierto o inventado cosas increíbles hasta hace poco tiempo. La ciencia nos ayuda a comprender la naturaleza de la cual, no nos olvidemos, formamos parte, y la tecnología nos permite transformarla a nuestra conveniencia… Pero estas herramientas que la inteligencia humana ha creado deben ir acompañadas de una evolución moral y ética en las conciencias de las personas, de lo contrario, el mundo que tenemos en nuestras manos llegará a ser un lugar desagradable y esquivo para la vida.



Este es el tema del cuento que ahora os presentamos, el cual fue escrito para los alumnos de tercero de ESO del Instituto de Jérica – Viver (Castellón – España). Se presentó en una charla coloquio en el mismo centro el 15 de abril de 2011 y durante ella se llevó a cabo una representación dramática basada en el mismo.


YO VI, UNA VEZ, UN RAYO DE SOL, de Ancrugon

Todos los días la misma rutina. La misma voz dulce que te despierta: “Ya es la hora, cariño. Debes levantarte”... es la más sugerente que has encontrado en el distribuidor, aunque tus amigas bromeen por el hecho de que hayas elegido la de una mujer y no la de un hombre... Pero tú lo tienes muy claro... Luego llegas hasta el baño: el agua ya caliente, a la temperatura adecuada para cada momento, la música envolvente, como el aire tibio del secador. Seguidamente pasas al vestidor: una rápida mirada por el catálogo, rozas la imagen elegida y aparece la ropa deseada, siempre diferente, ceñida y sugerente, de suave tacto, con colores fuertes y brillantes... como toda la que viste todo el mundo. Más tarde te acercas a la cocina donde te espera un reconfortante desayuno preparado por una de las mejores empresas alimenticias del planeta: humeante, desprendiendo aromas deliciosos con la propiedad innata de abrir el apetito... sabroso y repleto de energía, aunque te molesta no saber de qué esta hecho realmente... Mientras tanto, en una pantalla holográfica van apareciendo las noticias del día: todo va bien... ¿Acaso lo dudabas?... Sales de tu piso despedida amablemente por la misma voz que te ha despertado: “Que tengas un feliz día.” Te acercas al ascensor donde te encuentras con tus vecinos. “Buenos días”. Los rostros de siempre: inexpresivos, indiferentes, lejanos... El silencio de todos los días... ¿De qué vais a hablar?...

En la calle la luz es tenue, como corresponde a la hora, luego se vuelve más intensa y por la tarde se va apagando hasta que llega la oscuridad, sólo en la cúpula, claro, porque en las noches, millones de luces multicolores de millones de carteles, anuncios, pantallas gigantes, etc. destruyen por completo las posibles tinieblas. Pero ahora, como todas las mañanas, es una luz de amanecer, blanda y fresca, aunque la temperatura nunca oscila más allá de una diferencia de cinco grados entre la más baja y la más alta. Miras hacia arriba, siempre lo haces, aunque sabes que no verás nada, sólo luz y las fachadas de los enormes edificios como gigantescos espejos. Por la calzada se adivinan miles de vehículos, más por el zumbido constante que por las escurridizas estelas de sus figuras y colores... Para cruzar están los pasos, subterráneos o aéreos, por donde un río interminable de personas como mariposas de vistosos colores, pululan de un lado para otro. Los anuncios interactivos te invitan, cuando pasas ante ellos, a obtener, por un módico precio, los maravillosos manjares de lo último en informática, en juegos, en ropa, en perfumes... todo aderezado por una música sugerente y unas imágenes atrayentes, donde todo es felicidad y alegría, lo cual contrasta con la seriedad en los rostros, concentrados en sus propios pensamientos, indiferentes a todo lo que les rodea, porque , a fin de cuentas, siempre todo es igual.

Tras unos pocos segundos de espera en el andén del tren proyectil propulsado por energía iónica, lo que en otros tiempos fue conocido como las “bombas de vacío”, te acomodas en el confortable compartimento que le llevará al trabajo. Total un viaje de cinco minutos para recorrer una distancia de veinte kilómetros. La puerta del vagón se abre justo en la misma entrada del colegio donde ejerces como profesora de una asignatura sin mucho futuro, lo cual unas veces te llena de desasosiego, pero otras, cada vez con más frecuencia, te hace sentir una especie de libertad que te produce una sonrisa.

En el interior del edificio te esperan los eternos pasillos repletos de cientos de adolescentes clónicos, previsibles y ruidosos, todos con sus ordenadores personales, tipo alfombrilla, enrollados dentro de la pequeña mochila en forma de tubo, colgando del cinturón-receptor de ondas electromagnéticas capaces de propagarse por el vacío del espacio y de conducir tanto la información como la energía necesaria. De vez en cuando, una pareja de vigilancia cyborg patrulla entre ellos, indiferente a cualquier atisbo de sentimiento, atenta a cualquier pequeño desorden o en busca de algún material no permitido, como medida dictada por las altas esferas políticas para imponer el respeto y los buenos modales entre la gente estudiantil, lo cual, naturalmente, provoca el efecto contrario, y las bromas y las burlas crean una nube de risas sobre las cabezas rapadas aderezadas de purpurina que los guardianes del orden, perfectamente programados, prefieren ignorar.

Cuando llegas ante la puerta de tu clase, te detienes frente al escáner ocular que lee tu identidad correcta y ordena abrirse a la cerradura de seguridad. De nuevo una voz amable te recibe dentro de una habitación adecuadamente iluminada y con la temperatura exacta: “Buenos días, señora profesora”. No te molestas en responder al ordenador central, él no va a enfadarse... Te diriges a tu asiento ergonómico, desde donde presides cuatro filas de seis sillones cada una, no mucho menos sofisticados aunque menos imponentes, pues hay que guardar las distancias y la posición... Una melodía de moda informa a los estudiantes que es la hora de comenzar las clases. y oleadas de voces y risas inundan el aula antes silenciosa. Tú ordenas con pretendida seguridad: “Por favor, guardemos silencio y ocupemos nuestros lugares.”

Mientras los alumnos se van haciendo a la idea, tú miras alrededor y observas las imágenes tantas veces soñadas que cuelgan de las paredes: bosques, montañas nevadas, verdes prados adornados de flores, ríos cristalinos, mares bravos y espumosos, animales de todas las especies pululando por doquier, grandes y pequeños, pacíficos o terribles... y todo coronado por un cielo de un azul imposible moteado, de vez en cuando, de nubes blancas o grises e inflado de vida por la luz de un sol que se supone su existencia, pero que nadie hace siglos ve. Sin poder evitarlo, se te escapa un suspiro...

“Abrid el archivo 2435.” Todos despliegan sus ordenadores sobre los pupitres y ante ellos aparece la fotografía de una rosa de un rojo sanguíneo envuelta en la frescura de gotas de rocío. “Eso era una rosa...- Dices con voz trémula que intenta ser neutra.- Era un tipo de flor. Es decir, uno de los órganos sexuales de los vegetales. Ya sabéis, una especie autótrofa, lo que quiere decir que, a diferencia de los seres humanos y otros animales que por aquellos tiempos existían, se producía su propio alimento...” Y en ese instante oyes risas ahogadas entre tus alumnos. “¿Qué ocurre?”- Preguntas. Al principio nadie responde, pero una red de miradas burlonas cubre la estancia. Te pones en pie y te colocas frente a tu mesa mirándoles de manera que pretende ser inquisidora, pero que en el fondo la sabes de desesperación. En ese momento el alumno más osado, el cual, estás segura, que no coincide con el más inteligente, sino con el que menos vergüenza tiene, pregunta. “¿Para qué nos va a servir todas estas chorradas?” Ahogas un grito, porque quieres gritar, pero no debes... tienes que guardar la compostura, tienes que disimular. “Querido, - respondes –esta asignatura es Ciencia de la Antigüedad y en ella estudiamos todo aquello que existía en la naturaleza y que no debemos olvidar por si alguna vez volvemos a encontrarlo.” Ahora las risas son declaradas y generales. “¿Pero quién se va a creer esas tonterías de animales y plantas, bosques y montañas?...”- El chaval se crece al ser el centro de atención. – “Todo el mundo sabe que esas cosas no han existido nunca, son simple producto de la fantasía...” Algo que va creciendo te corroe las entrañas. Y se escucha una voz femenina con la seguridad de quien se sabe admirada de antemano: “¿Por qué no le llaman Mitología?, ¿No es esa la asignatura donde se estudian los cuentos del pasado?” Una salva de aplausos apoyan la propuesta. Te callas y miras hacia uno de los dibujos que representa un bonito paisaje idílico en el ocaso y, al final, dices, más para ti que para ellos: “Yo vi, una vez, un rayo de sol.” ... Y la clase al completo estalla en una carcajada general.
 
En aquel preciso momento, en el mayor de los secretos, varias naves espaciales despegan desde la cúpula uniforme que envuelve el planeta, con la orden gubernamental de buscar desesperadamente otros mundos donde la vida sea algo espontáneo, sólo manipulada por la luz de una cálida estrella y acariciada por el viento natural bajo un cielo azul.

Castellnovo febrero 2011




lunes, 18 de febrero de 2013

TU NOMBRE 
 
 
Al caminar,
descubro con asombro,
que no hay más nombre que tu nombre.
 
Cada montaña, cada río, cada flor, cada ave...
tu nombre repite y tu nombre ostenta.
 
El viento sobre sí lo carga,
como el camello que en el desierto transporta
el próximo espejismo de oasis inventado.
 
¿Dónde estás?, pregunto,
y en todas partes aparece el eco de tu voz,
el ritmo de tu risa,
la cadencia de tus silencios,
y tu nombre,
como nube protectora,
cubre de materia el infinito.
 
¿A dónde vas?, me preguntan,
y yo tu nombre respondo,
pues sólo tú eres mi destino.
 

sábado, 2 de febrero de 2013

 
NUESTROS FANTASMAS
 


Nuestros fantasmas (Ancrugon)

Están ahí… entre nosotros. No viven, pero forman parte de la vida… y nos acompañan… A veces, en un descuido, podemos percibirlos… pero se esconden rápidamente en la ausencia…
Están ahí… ¿los sientes?... No respiran, pero el frío de su aliento nos recorre las entrañas… A veces, en un arrebato, rozan nuestros poros… y un perfume a rosas marchitas nos embriaga…
Están ahí… son el pasado… ¿Los recuerdas?... Pero las ondas de sus voces aún cabalgan sobre el viento… A veces, alguien nos llama… no vayas, no hay nada, nada, nada…
Están ahí… son nuestros fantasmas…

domingo, 20 de enero de 2013

 
Balada de otoño
 
Ancrugon – Septiembre 2011
 
 
 
Las notas del piano brotan del salpicadero y se desparraman por todo el coche llenándolo de nostalgias…
 
Llueve, …
 
Serrat conduce con su voz grave y segura hacia una realidad pretérita de pequeños momentos, de diminutas vivencias.
- ¡Oh, “Balada de otoño”!... ¿Recuerdas?...
La pregunta de Ella es retórica, no necesita respuesta…
 
detrás de los cristales, llueve y llueve …
 
El limpiaparabrisas sigue la candencia musical hilvanando las gotas de agua en regueros laterales. Es una lluvia fina, monótona, fría y como desganada.
 
sobre los chopos medio deshojados, …
 
Un paisaje gris, sin horizonte definido, se viste de árboles semidesnudos que levantan sus famélicos brazos implorando la compasión de un cielo plomizo e implacable que parece disfrutar castigándolos…
 
sobre los pardos tejados, …
 
Aquí y allá asoman casitas de campo con geranios en sus ventanas y balcones, visillos iluminados y un aire acogedor de hogar cálido y seguro.
 
sobre los campos, llueve.
 
Y brillos de agua encharcada se dispersan entre las hierbas de los huertos o sobre el asfalto de la carretera.
 
Pintaron de gris el cielo
y el suelo
se fue abrigando con hojas,
se fue vistiendo de otoño.
 
- Andrés ha llamado, no vendrá este fin de semana… Dice que tiene mucho trabajo…
Él afirma con la cabeza.
- ¿Y María? – Pregunta.
- María tampoco, el niño tiene un poco de fiebre y con este tiempo…
- Ya…
 
La tarde que se adormece
parece
un niño que el viento mece
con su balada en otoño.
 
Él la mira furtivamente y cree descubrir una leve luz, como de agua, en sus ojos. A pesar de los años, a pesar de la vida, a pesar de todo, Ella se mantiene bien, fuerte, enérgica, altiva y bella… Bella, sí, tan bonita como antes, o quizá más, porque ha conseguido una belleza madura, serena, sin sobresaltos ni artificios… natural… Esas pequeñas arrugas incipientes se van cincelando con las preocupaciones, con los sacrificios, con el trabajo, y por ello no afean, sino todo lo contrario… ¿Cuánto tiempo hace que le ha dicho nada afectuoso, bonito o romántico?...
 
Una balada en otoño,
un canto triste de melancolía,
que nace al morir el día.
 
Él, siempre ha sido un hombre alegre, divertido, ameno… Sí, sí… No le fue nada mal por aquellos tiempos… Je, je, je…. Sin embargo, ahora le salen de vez en cuando unas betas de mal genio, a consonancia de las canas… unos retazos de intolerancia, a la vez que alguna arruga… unos cúmulos de egoísmo, a la par que la barriga va creciendo…
 
Una balada en otoño,
a veces como un murmullo,
y a veces como un lamento
y a veces viento.
 
La mira de nuevo… Ella suspira y no aparta la mirada del ir y venir de las patillas oscilantes que barren y barren gotas incansablemente… Suspira de nuevo y baja sus ojos hacia su regazo…
- Mi hermana también ha llamado.
- ¿Qué le pasa ahora? – Pregunta Él en tono un poco irritado.
- Es mamá…, no está bien…, cada día hace más tonterías, pierde la memoria… yo que sé… Va a necesitar ayuda…
Ahora el que suspira es Él, con profundidad, con resignación.
- Pues se la daremos. – Responde.
 
Llueve,
detrás de los cristales, llueve y llueve
sobre los chopos medio deshojados,
sobre los pardos tejados
sobre los campos, llueve.
 
Algunos coches que se cruzan con ellos llevan encendidas las luces antiniebla… hacia allá la cosa debe estar peor… Él las enciendo también, por si acaso…
 
Te podría contar
que esta quemándose mi último leño en el hogar,…
 
- Deberíamos arreglar la habitación de invitados por si tenemos que cuidarla… - Dice Ella como reflexionando en voz alta. – Cuando llegan a ese punto, ya no mejoran…
 
que soy muy pobre hoy,…
 
- Habrá que pedir un crédito…- Sigue en su reflexión.
 
que por una sonrisa doy
todo lo que soy,…
 
- Haremos lo que tengamos que hacer. No te preocupes. – Dice Él sin apartar la vista de la carretera.
 
porque estoy solo
y tengo miedo….
 
Ella le posa una mano con suavidad sobre la pierna y una cálida sensación de agradecimiento le recorre todo el cuerpo.
 
Si tú fueras capaz
de ver los ojos tristes de una lámpara y hablar
con esa porcelana que descubrí ayer
y que por un momento se ha vuelto mujer…
 
Toda una vida juntos, trabajando juntos, sacrificándose juntos, preocupándose juntos… Pero también han existido esos momentos sublimes a los que se les suele llamar felicidad… y todo une, todo une… Y sobre todo la costumbre, el estar tanto tiempo juntos… el conocerse…
 
Entonces, olvidando
mi mañana y tu pasado
volverías a mi lado…
 
Aprovechando una larga recta, Él deja una mano del volante y aprieta entre la suya la suave y cálida mano de su mujer y le sonríe…
 
Se va la tarde y me deja
la queja
que mañana será vieja
de una balada en otoño…
 
Ella mira hacia la ventanilla y vuelve a suspirar, pero esta vez de forma entrecortada, como si le faltase el aire…
 
Llueve,
detrás de los cristales, llueve y llueve
sobre los chopos medio deshojados...
 
La niebla llega y no se ve más allá de dos metros. Él baja la velocidad y pone toda la atención en el camino. Sólo Serrat mantiene alejado el silencio…
 
Llueve,
detrás de los cristales, llueve y llueve
sobre los chopos medio deshojados,
sobre los pardos tejados,
sobre los campos, llueve.
 
Pintaron de gris el cielo
y el suelo
se fue abrigando con hojas,
se fue vistiendo de otoño.
La tarde que se adormece
parece
un niño que el viento mece
con su balada en otoño…
 
- Deberíamos parar… - Dice Él un poco preocupado. – A ver si hay por aquí algún bar de carretera y aprovechamos… Esto se está poniendo feo…
 
Una balada en otoño,
un canto triste de melancolía,
que nace al morir el día.
Una balada en otoño,
a veces como un murmullo,
y a veces como un lamento
y a veces viento….
 
Ella sigue callada, recogida sobre sí misma, como si no quisiera molestar.
 
Llueve,
detrás de los cristales, llueve y llueve
sobre los chopos medio deshojados,
sobre los pardos tejados
sobre los campos, llueve.
 
Ahora el chaparrón es más fuerte, el cielo parece enfadado y lanza improperios sobre la creación. Un viento molesto y frío que azota todo lo que se le resiste arrancando los últimos ajados ropajes de las ramas.
 
Te podría contar
que esta quemándose mi último leño en el hogar,
que soy muy pobre hoy,
que por una sonrisa doy
todo lo que soy,
porque estoy solo
y tengo miedo…
 
Entonces un llanto callado brota del pecho de Ella.
- ¿Por qué lloras? – Pregunta Él sorprendido.
- ¡Estoy tan cansada!... Ya no vemos casi nunca a los hijos… Nuestro nieto crece y nos lo estamos perdiendo… Y ahora mi madre, mi pobre madre… se está volviendo un vegetal… ¡Me siento tan sola y cansada!...
 
Si tú fueras capaz
de ver los ojos tristes de una lámpara y hablar
con esa porcelana que descubrí ayer
y que por un momento se ha vuelto mujer…
 
- Tú no estás sola, cariño.- Dice Él y se sorprende al comprobar lo fácil que ha sido decir algo tierno y sentirlo de verdad. – Yo estoy aquí, a tu lado… siempre estaré a tu lado, gruñón, calvo y gordito… pero siempre a tu lado.
 
Entonces, olvidando
mi mañana y tu pasado
volverías a mi lado…
 
Se miran y Ella le regala una sonrisa triste, melancólica y Él ve el miedo en su mirada, el miedo al futuro, a esa niebla que se va cerrando y cerrando cada vez más…
 
Se va la tarde y me deja
la queja
que mañana será vieja
de una balada en otoño.
 
Él acerca su mano a la rodilla de Ella y le acaricia la pierna con ternura.
- ¿No te he dicho que hoy estás muy guapa?... ¿No habrá un motel por aquí?...
Ella se ríe y le da un golpecito en el hombro.
- No seas tonto y presta atención a la carretera.
 
Llueve,
detrás de los cristales, llueve y llueve
sobre los chopos medio deshojados...
 
Y siguen su camino, solos, entre otros coches de gente sola como ellos que conducen bajo las inclemencias de un tiempo de otoño que parece no tener fin.
Serrat calla y sólo se escuchan las últimas notas del piano, luego, nada…
 
Tú opinión
 
 
El tiempo no se detiene y los años van cayendo como las hojas en otoño… Ves que todo a tu alrededor va cambiando como el paisaje de un viaje y no te das cuenta que eres tú quién cambia, que eres tú quien transforma lo que ve en algo diferente… Dicen que es la madurez, la experiencia, el aprendizaje de la vida… yo pienso que también tiene mucho que ver el cansancio y la desilusión… No sé, tal vez hoy estoy pesimista, ¿qué pensáis?...
 

jueves, 17 de enero de 2013

 
Ancrugon - Hakus de otoño
 
  
Las hojas secas
son las nubes del otoño,
cubren el suelo.
 
Brazos desnudos
suplicando clemencia,
lluvia de hojas.
 
Otoño pinta
colores de verano
en frío cielo.
 
Charcos, espejos,
el cielo se repite
sobre la tierra.
 
Hoja, pájaro,
sus alas son de viento,
su fin el nido.
 
Cuando tú lloras,
otoño en mi pecho:
mi sol tus ojos.
 

jueves, 20 de diciembre de 2012

Esas pequeñas cosas
 

 
Se acumulan con el tiempo
y parece que van siendo olvidadas.
El polvo, a veces, las cubre
y alguna laboriosa araña
fabrica sobre ellas su trampa.
Pero están ahí
y ahí permanecen
para recordarnos quienes fuimos
y a dónde iremos mañana…
Son esas pequeñas cosas
que, de vez en cuando, no callan.
Ancrugon
 
 
 
 
Esas pequeñas cosas
 
 
 
Querida Nostalgia:
 
Ya sé que tu misión es la que es, ya sé que tú nos torturas sin ninguna intención maligna, que no te regodeas en nuestros sufrimientos por todo lo perdido, que no te solazas en nuestra añoranza de tiempos mejores, que no lo haces por pura maldad… sino que simplemente eres así….
 
No te culpo, pero a veces podrías no tener tan buena memoria, no ser tan perfecta en traernos recuerdos dolorosos con un simple aroma, con una sencilla visión de algo sin importancia, con una inocente melodía… ¡Nos causas tanto dolor!...
 
Sí, querida, porque son esas cosas sencillas, esas a las que en su momento no les dimos importancia, esas que pasaron desapercibidas, las que se aferran a nuestra piel, a nuestros sentidos, a nuestra alma y llenan por entero nuestras vidas… El aroma del pan recién hecho me recuerda la infancia; la dulzura del jazmín me recuerda a mi primer amor; el estribillo de una canción, a mi primer beso; el… ¡Qué más da!, ¡Son tantas pequeñas cosas!...
 
Y ahí están, amontonándose en el desván de nuestra existencia como esos trastos inútiles que no echamos de casa sin saber por qué, pero que de vez en cuando cobran vida propia y nos reavivan el recuerdo y entonces de nuevo se abren las heridas… porque todas ellas son la prueba de que perdimos algo a lo largo de nuestro camino, algo que en un tiempo pretérito fue importante, algo que nos llenó de esperanza, algo por lo que habríamos dado mucho y, sin embargo, se quedó en nada…
 
¡Ay, Nostalgia! Tu inocente crueldad hace que se nos ponga un nudo en la garganta y no podamos gritar, como esa sería nuestra intención, al mundo entero afirmando que somos tontos, inútiles, zafios botarates que no supimos valorar los tesoros que íbamos encontrando… siempre buscando algo más, algo más, algo más…. ¿Qué?...
 
Cuando se enciende la luz, en esos efímeros instantes en los que puedo pensar con claridad, los ojos se me humedecen y la rabia aparece… pero no sirve de nada: nadie recupera el paso del tiempo…
 
A veces, una fotografía puede transportarnos a momentos que ahora consideramos felices; a veces, la cara de una niña por la calle nos recuerda a otra que hicimos la reina de nuestro mundo y que ahora es la dueña de otro corazón… a veces… ¡sí!, a veces nos llega flotando en el viento esas palabras que nunca dijimos y que ahora nos pesan…
 
Pero no creas, Nostalgia, que esta carta es de reproche, no. Tú no tienes la culpa de que no sepamos ser felices, de que nuestro presente esté fabricado a base de renuncias y de que el futuro sea simplemente un sueño que luego la realidad nos irá destrozando piedra a piedra, polvo a polvo… No, no tienes la culpa de nada, pues en el fondo, tú quieres hacernos felices, a tu manera, soñando hacia atrás, jugando a conseguir lo que dimos por perdido, a ser quienes no somos… Porque en la paz y el silencio de esas pequeñas cosas se esconde la felicidad… está agazapada como una fiera que pretende prender sus garras en nuestros recuerdos y, cuando lo hace, vivimos más para el pasado que para el momento y nos volvemos a engañar…
 
Sí querida, sí, la vida es un puro engaño… Yo quisiera haber aprendido a cazar esas pequeñas cosas que contienen el secreto que tanto anhelo, pero no soy capaz: se escurren como peces resbaladizos y el río se las lleva hacia la inmensidad donde sólo pueden ser evocadas, pero nunca conseguidas…
 
Ya termino, querida Nostalgia, no quiero extenderme para no cansarte con mis lamentaciones. Sólo quiero que sepas que, a pesar de todo, te seguiré buscando, seguramente hasta mis últimos días, porque no conozco otra forma de vivir si no es recordando.
 
Tuyo sinceramente.
 
Ancrugon